Inevitablemente, la obesidad tiene un claro sesgo socioeconómico. Aunque existe un componente genético, los factores ambientales son los más influyentes. “Los productos de mayor densidad calórica suelen ser los más económicos, lo que provoca que sean consumidos en áreas poblacionales más deprimidas”, nos dice Pérez. “Sabemos que la dieta mediterránea es la más saludable –añade Lajo– pero practicarla precisa de tiempo para la preparación de los productos y también cierta capacidad económica. Además, nuestra actual forma de vida, en la que el trabajo obliga a muchas personas a comer rápidamente, y el sedentarismo inciden de forma negativa. Hoy vemos más niños y adolescentes mirando el móvil que realizando actividades físicas”.