Se conocen tocones vivos de diferentes especies, y algunos extraordinariamente longevos, como el tocón de un haya (Fagus sylvatica) que se cree que fue cortada hace 500 años. Esto permite suponer dos escenarios: o los árboles no saben detectar que uno de sus miembros ha caído y cómo desconectarse de él o que, efectivamente, hay alguna ventaja en mantener a los tocones vivos.