No hay una escuela para padres.
Ni tampoco para hijos.
Ser padre no es un título honorífico que te otorgan el día del parto y se celebra una vez al año, sino más bien una carrera de fondo que nunca se acaba y en la que hay que mantener un equilibrio adaptativo dinámico porque cada etapa vital de la travesía es diferente.

Se hace camino al andar y con cada hijo es un viaje único de aprendizaje, aunque pensemos que educamos por igual a los hijos…
En realidad, nunca somos los mismos porque los momentos de la vida son distintos y porque la enseñanza implícita en la interacción con cada hijo va mucho más allá de las palabras y las normas.
Todo hijo es una lección de vida particular e intransferible porque porta su propia hoja de ruta personal, lo cual va a condicionar también su evolución, además de la clara influencia del entorno familiar.

Es cierto que el padre es una figura de referencia que, en todo momento nos está transmitiendo algo, bien sea por acción o por omisión, con su actitud, con lo que dice, con lo que hace, con lo que calla, con sus silencios, con su conducta…
porque para un niño todo es un ejemplo y de forma consciente o inconsciente, eso le va improntando e influyendo asímismo, en cómo forja su carácter.

Es decir, lo que se transmite no es sólo la herencia genética, o las pautas educacionales, sino el “contagio emocional” del día a día y los hábitos cotidianos…

Los hijos se van construyendo con las miradas de reconocimiento y valorización de los padres.
Pero, de igual modo, un padre también es el lugar donde un hijo se puede encontrar consigo mismo, con su autonomía, con la independencia de su ser, incluso con su individualidad y sus propias decisiones…una vez que se hace cargo de sí mismo y que puede “trascender” al padre y al “peso” del apellido.

Mensajes de un hijo a la figura del padre

  • No queremos padres perfectos, queremos padres que nos enseñen a vivir viviendo, con sus tropiezos, inseguridades y sus propios miedos… porque eso nos ayudará a ver que también podemos superar los nuestros.
  • No queremos padres conformistas que viven sólo de las apariencias, de los que hacen todo aquello que parece ser correcto, pero sin profundizar en nosotros…queremos padres que sean verdad, que sepan llorar y nos transmitan con naturalidad lo que realmente piensan o sienten, aunque no siempre sea bonito…porque eso contribuirá a que toleremos mejor la frustración.
  • No queremos padres omnipotentes que lo hagan todo bien, pero que no dejan espacio… queremos simplemente, padres suficientes, de los que cubren las necesidades mínimas, pero dejan margen de error, de expansión o desarrollo porque así nos motivan a crecer y salir de la zona de confort.
  • No queremos padres tiranos de los que están siempre imponiendo…queremos padres que sean honestos, que puedan fallar, que nos muestren cómo van limando sus piedras del camino y nos permitan arar el nuestro propio, a pesar de que no sea el mismo sendero porque eso nos permite adquirir seguridad, fortaleza y certeza interior.
  • No queremos padres líderes que nos empequeñezcan con su sombra, ni tampoco padres ausentes que no se preocupan por nosotros porque ambos tipos de padre no nos ven…queremos padres cercanos, humanos, de los que se equivocan y caen, porque con ellos aprendemos a cómo levantarnos de los golpes de la vida.
  • No queremos padres salvadores de los que casi no nos dejan tener un rol o un lugar propio con significado porque ellos se encargan de todo…queremos padres que nos apoyen, nos comprendan, nos permitan ser quienes somos en esencia, que nos respeten las diferencias y al mismo tiempo, nos empujen a explorar nuestra individualidad y a navegar por ella, porque así nos desarrollamos como seres humanos auténticos.
  • No queremos padres inalcanzables de los que habitan en un pedestal… queremos padres próximos, cómplices y con el alma viva que nos muestren con su ejemplo cómo encender nuestra particular antorcha personal porque así podremos madurar y aprender a Ser.

Reflexión Final
En el fondo, un hijo hace de espejo para que el padre pueda verse reflejado porque en el niño expresamos y proyectamos inconscientemente todas nuestras creencias, nuestras carencias y debilidades, nuestros miedos, nuestros deseos frustrados, nuestra impotencia, nuestros sueños no cumplidos, incluso hasta nuestros secretos no dichos…

Así que, un día de repente, tomamos consciencia y nos damos cuenta de que uno aprende a ser padre con los hijos que tiene y que cada hijo tiene su función y sendero único de vida.
Eso puede permitirnos realmente crecer como padres y como personas.

El verdadero Maestro siempre es el Hijo porque si le observamos bien y somos suficientemente humildes, veremos que nos está enseñando a ser mejores padres cada vez…

Un PADRE no tiene que ser un superhéroe tirando a semidios, sino simplemente SER, ESTAR y SABER.
SER un padre comprometido e implicado, pero respetuoso y
sin invadir el espacio del hijo.
ESTAR siempre presente cuando el hijo le necesite para dar un empujón o ayudarle a sostenerse en los momentos difíciles.
SABER cuando hay que apoyar y cuando hay que apartarse a un lado para que pueda seguir adelante con su propósito de vida.

Un padre que puede encontrar el equilibrio en la fina línea que separa el límite entre seguir dando soporte y soltar las riendas para dejar ir… es un PADRE VALIENTE que ocupa su lugar.

A mi padre y a todos los padres, con respeto y con amor.

Dra. Pilar Morán