Parte 1

En primer lugar quiero expresar el más hondo agradecimiento a todos mis pacientes porque me enseñan cada día a ser mejor persona, me empujan para ser mejor médico y me inspiran para buscar y rebuscar soluciones a problemas enquistados o conflictos arraigados sin resolver… ¡Gracias por hacer de mí una coleccionista incansable de caminos con salida y de sonrisas!

Hay muchas personas que viven con un dolor crónico permanente, a veces insoportable, limitante, incapacitante y que precisan analgésicos y/o antiinflamatorios en dosis elevadas y continuas para poder soportar el día a día. Y aún así, esos dolores son a veces refractarios a cualquier tipo de tratamientos, inclusive antidepresivos y/o fisioterapia constante. En la consulta oigo con frecuencia expresiones como: “mi cuerpo es dolor”, “mi vida es dolor”, “no sé lo que es estar sin dolor”…Y hacen del dolor una sufridora forma de vida. Hablando con una de esas personas hace unos días, mientras la estaba tratando, me preguntó:

“Dra., y cómo se cura el alma? Tengo mucho dolor en mi cuerpo, no se me quita con nada, pero es que he vivido tantas historias durísimas en la vida y que no acabo de digerir….”

Y es cierto lo que decía la paciente, a veces vivimos tan apegados a todas las cosas que no hemos podido asimilar o aceptar o que no se han resuelto como queríamos o que, simplemente, no han cubierto nuestras expectativas…que, entonces, se nos quedan atravesadas… como una digestión bloqueada. Es más, en muchas ocasiones también pueden ser conflictos, (conscientes o no) que portamos desde la más tierna infancia por situaciones y circunstancias que no pudimos integrar en ese momento vital. Eso va cargando cada vez más la “mochila de la vida” y se hace duro y difícil el camino porque pesa mucho, así el dolor se va infiltrando en nosotros y se incrusta cada vez más adentro…permaneciendo siempre vivo en la memoria de la piel y el alma.

¿Cómo hacer esa pesada “digestión emocional” que nos obliga a vivir “empachados” e inflamados de forma permanente?

¿Quién trata esas cicatrices internas de las heridas que van dejando huellas profundas de dolor en el cuerpo?

¿Qué medicamento puede sanar ese dolor insondable anclado en las carnes y entrañas más profundas?

¿Cuándo podemos estar preparados para desprendernos del dolor y trascender esa rígida estructura que nos aferra al pasado y nos enferma?

¿Dónde se aprende a desaprender?

Realmente son preguntas complicadas y de difícil contestación que nos hacen pensar un poco a todos y que, personalmente, a mi me empujan para seguir intentando siempre abrir puertas y encontrar respuestas.

En esta primera parte de la reflexión, simplemente os voy a compartir un secreto maravilloso que, en realidad, casi todos conocemos, pero a menudo tenemos olvidado, o bien no le damos el suficiente valor y es que… existe una medicina casi mágica y sanadora :

APAPACHAR‼️‼️‼️

Es una de las palabras más bonitas del idioma español, un vocablo de origen náhualt ( conjunto de lenguas indígenas de México) y que la RAE define como :“Palmadita cariñosa o abrazo”. Los propios mexicanos, sin embargo, tienen una definición mucho más poética del acto de apapachar:

“Acariciar con el Alma”


Y es que, en muchas ocasiones, un abrazo cálido, auténtico, honesto y dado desde el corazón puro…es todo lo que nos hace falta para restaurar el soplo de vida y energía que nos conecta con la ilusión y las ganas de vivir.

Como fase previa y fundamental para “Curar el Alma”, necesitamos apapachos, mimos, caricias, cariño, achuchones con sabor de acogida y miradas de reconocimiento sin juicio.

Casi podríamos decir que uno de los mejores remedios para curar el alma es la dulzura de otro ser humano.

Pero…, a veces, no es suficiente…Y es imperioso hacer también un proceso interno de uno con uno mismo…


Dra. Pilar Morán